lunes, 19 de diciembre de 2011

Odio la gente prepotente.

En serio, la odio. No la aguanto.
Odio la gente que se cree poseedora de la verdad, de la razón, de las respuestas para todo, de las preguntas correctas y de las decisiones acertadas.
La que intenta demostrar cosas el cien por cien del tiempo. La que no llegan ni de lejos de lo que fardan.


Como siempre.

Bueno, parece que mientras no escriba aqui estoy bien.
Y he vuelto tras un tiempo. Un maravilloso tiempo, por cierto.

Pero he vuelto llorando a mi banco. A pasar lo que quedaba de tarde y adentrarme en la noche. A llorarle a esa fuente de agua sucia y tranquila que lleva escuchando mis llantos durante años.

Se me estaban llenando los ojos de lagrimas en otro lugar. He esperado pacientemente que fuera a hora exacta para levantarme e irme.

21:30 h.

Me he puesto mi sudadera, mis cascos, Bob Marley y rumbo al parque. A sentarme en el respaldo del banco, taparme con la capucha y llorar. Me he derrumbado en cuestión de minutos.

No sé qué clase de cimientos estaré usando para que me haya desmoronado tan rapidamente. Sigo sin entenderlo. Igual que sé que de aquí a unos minutos me volveré a armar. Me seguiré comiendo el mundo antes de que me vuelva a comer él.

La primera lagrima ha salido silenciosa, me ha recorrido la cara y han estallado mil lagrimas más. Me he roto.

Y el agua de la fuente ha seguido sin inmutarse. Como siempre. La gente pasando. El frío calándome los huesos. Los árboles pasando de mí.

Como siempre. Todo como siempre.