martes, 18 de octubre de 2011

Tortuga.

Me acabo de dar cuenta de algo. Acabo de atisbar (de lejos, muy de lejos) el grosor de mi caparazón. Ni si quiera me había dado cuenta que aún lo llevaba. Se ve que con los años ha ido engrosándose y se ha debido fundir con mi piel, porque ya ni lo noto.

He llegado a un punto en el que me autoengaño. Ya ni siquiera consigo verbalizar mi interior. Esto hace tiempo que pasa pero me he auto-convencido también para creer que no. Me limito a manifestar mis conductas. Y no consigo salir de ahí. Por eso creo que hace tiempo que me cuesta escribir. Tampoco saco nada en claro. La noche ayuda, pero tampoco es la solución.

En un momento de mi vida, hace bastantes años, leí un libro que hablaba sobre un ángel con una armadura que la usaba para protegerse del exterior y no dañar su aura. En ese momento lo estaba pasando mal y me marcó muchísimo. Hasta límites insospechados. Era muy pequeña, se estaba empezando a resquebrajar mi burbuja y me acuerdo que puse todo mi empeño en montar una coraza a mi alrededor.
Y lo conseguí.
Conseguí aislarme totalmente del mundo y apenas si me afectaba algo de lo que me rodeaba. Me convertí en una persona muy fría. Demasiado fría para ser tan joven.

Años después decidí que eso no estaba bien del todo. E intenté destruirme la coraza sin dañarme a mí misma.
No encontraba el punto medio. Todo me daba de lleno y me afectaba demasiado. Me hice daño, pero finalmente creí haberla destruído.


Hasta hoy. Hoy he descubierto que no sólo no la destruí, sino que aprendí a convivir con ella, la fundí con mi piel para camuflarla ante mis propios ojos. Mi subconsciente me la jugó bien jugada.

Ahora lo que pienso es que tengo una armadura rayada, con piquetes, con rastros de haber tenido piedras clavadas que han hecho pequeñas muecas en algunas zonas dejando la armadura más fina por ahí. Y las demás partes, triplicando el grosor.





Me he jodido a mí misma, y encima, no sé como coño quitármela. Ya que uno de los principales inconvenientes es que al estar camuflada a mis propios ojos y haber aprendido a convivir y a sentir con ella, me resulta totalmente imposible verbalizar cualquier sentimiento real proveniente de mí, no de mi coraza.

Las consecuencias, pues podemos decir que actúo como una tortuga. Puedo estar con la cabeza fuera algún tiempo, aguando golpes, caídas y palabras sin que me dañen en absoluto. Pero no eternamente. A continuación llegan unos días de meter la cabeza en el caparazón y estar conmigo misma. Sin saber nada del exterior. Que eso en mi día a día se traduce a estar entre 2 y 3 días sin pisar la calle, sin hablar con nadie, fumando y pensando. Viendo películas, comiendo cantidades normales, durmiendo bien y a horas coherentes, leyendo y otras actividades no-agotadoras.

Aún así, sé que no soy la única que ha desarrollado este sistema de defensa. La coraza. Sé que lo hace más gente. Yo lo desarrollé cuando era muy pequeña y lo tengo demasiado bien asimilado. Sé ver si otra persona lo está poniendo en práctica porque siempre dudan de cierta manera cómo me pasaba a mí al principio. Y siempre tiendo inconscientemente a ellos. Aunque exteriormente quizás no tengamos nada que ver, compartimos el mismo plano emocional.

Conforme lo estoy escribiendo me estoy dando cuenta del sistema que he desarrollado, nunca antes me había parado a pensarlo. Pero, realmente, es que funciono así.

Vaya auténtica mierda me he creado en todos estos años.

sábado, 8 de octubre de 2011

+

Definitivamente, creo que esto me está afectando.

No es normal que cuando no haya fumado me sienta rara, sienta que me falta algo, que necesite algo. Y que no sea ese tipo de ansiedad normal en mí. Si no que sé que es lo que me falta, y cuando me lo doy, me calmo.

Creo que no es normal permanecer casi las 24 horas del día con esa sensación de estar colocada. Medio mareada, con los pensamientos tranquilos y con prioridad ante lo que perciban los sentidos, ausente, que todo, absolutamente todo, me dé igual. Sin comer apenas y con atracones a modo de cena. Sin poder dormir hasta que no me he fumado el último, casi poniendo la cabeza en la almohada.




Lo peor es que no sé determinar si todo esto es bueno o malo.
Realmente, me encanta.
Me encanta esta sensación y poder tenerla casi todo el día. Me encanta lo bien que me sientan los atracones de por las noches. Lo bien que duermo y lo tranquilita que me despierto. Me encanta que cualquier problema sea un granito de arena minúsculo y ver que los demás lo convierten en montañas y montañas de arena y rocas, y sin embargo seguir teniendo la certeza de que el problema desaparecerá. Me encanta ir en mi mundo escuchando a los demás de lejos y haciéndome caso sólo a mi y a mis pensamientos. Me encanta percibir el entorno multiplicado por mil. Rayarme con las líneas del suelo, con el sonido del viento, con la circulación de la sangre o con el recorrido del aire desde que entra por la nariz.

Y no sé si, aún así, esto sigue siendo bueno. Yo la verdad es que no lo noto. Pero algunos me lo han dicho. 'Nena estás en la parra', 'Eo, que te estoy hablando, escúchame', y un largo etc. Y otros, algo más serios, que debería dejar de fumar, que me estoy quedando atrapá y que qué estoy haciendo.
Y la verdad, es que no lo sé.

Si, me gustaría saberlo. Pero me gustaría saber tantas cosas y no tengo ni puta idea, que esto, pues la verdad que también me da igual.
Si, llamadme lo que queráis.

Ya me gustaría a mi entender ciertas cosas. Mientras tanto, pues voy perdiendo el tiempo con cualquier cosa. Tampoco tengo nada mejor que hacer.