miércoles, 17 de octubre de 2012

Como el agua.

Llegué a un terreno plano, sin impulso. Y me quedé estancada. 
No podía avanzar y por detrás no me paraban de empujar. 

Aguanté el peso de miles de litros de agua detrás mía, de toda una montaña. Se ciernen sobre mí, me amenazan desde las sombras creadas por ellas mismas al erguirse y yo en esta oscuridad no veo. Me han dejado ciega.

Ciega de esperanza, de razón alguna, y de lógica consciente que me empuje e incline mi terreno, que me haga fluir, que me lleve de la mano y me ayude a avanzar. 
Que me saque de las aguas podridas, repletas de suciedad acumulada que vuelven turbia mi mente. Que destrozan mis procesos. Que dañan mi alma. Y sobre todo, que me enfrían el corazón.

Se me está congelando. Lo noto. Empecé sintiendo ese hormigueo, seguido de un punzante dolor por una esquinita de éste, que se ha ido extendiendo hasta el punto de que ya no distingo el agua estancada y fría o mi corazón. 
Necesito seguir fluyendo, necesito crecer, es el curso del río y ni la montaña es nadie para entorpecer.

Me voy a romper, o quizás ya me esté rompiendo. No aguanto el peso. No es fácil ser la única presa del pantano improvisado. Ni el humo de la última calada que se desvanece en el aire. Que se va perdiendo poco a poco siguiendo en la dirección en la que sople el viento, mientras crecen tus preguntas. 

Y desaparecen tus ganas. 

Se las lleva el viento acompañando al humo gris. Te deja ahí, con un "y si..." por bandera y millones de dudas en tu frío corazón.

Naufrago entre tus dudas y ni me susurras para salvarme. No me indicas la salida, tampoco sé si quieres que salga. Me giras el terreno, y pierdo el norte. Aunque lo encuentre, no me busca. No me quiere.







Me perdí en un mapa que algún niño pequeño dibujó, de esos sin sentido, en los que el tesoro existe, pero lo que no existe en el mapa, eres tú. En los que se esconden cosas bajo el agua, o excavando en alguna playa. En los que no se sabe si es el tesoro lo que está enterrado o tú.

Deambulé algunos días, y millones de noches. Lo recorrí entero, yo lo sé. Pero no entendí que no existía, que no era real. Que el tesoro existía pero no en el mapa. O quizás solo lo imaginábamos y simplemente me mentí. Aún así lo recorrí. Sin tus susurros a modo de brújula o mi ideales como norte.

Me limité a dar palos de ciego en círculos pequeños. En los que mi mismo golpe, me golpeaba a mí.
En los que bastaría con levantar la cabeza y abrir los ojos. En los que el tesoro estaba en el centro del círculo y ni desde el cielo se podía ver.

Crucé tus mares de incertidumbres, nadé con fuerza, créeme. Me ahogué varias veces, pero escupí tus dudas tan pronto como las tragué. Escalé por tu confianza y te regalé placer.

Y tras esta aventura, unas gotas de agua fría resulta que me pueden congelar el corazón y un terreno plano estancarme sin razón.

El agua sigue fluyendo, recuérdalo.




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