sábado, 26 de enero de 2013

Contra el método.

Hasta que apareciste. 


Tú y tu puto pelo siempre despeinado, ese lunar tuyo tan gracioso encima del labio, tu sonrisa traviesa, dulce, comprensiva, atenta, inquisidora, tranquila. 
Tus ojos. Joder, tus putos ojos. Son preciosos. Transparentes, vivos, transmiten tantas cosas. 
Esa seguridad que acompaña a tu sonrisa juguetona. Que me dice que mi mundo va a girar. Me lo asegura. 
Tu firmeza cuando me coges. Tus manos apretándome contra ti. Dando el movimiento rotatorio a nuestro planeta. 
Tu espalda para arañarla, para hacerle cosquillitas, para unificar nuestra creación entera sobre ella. Tan suave, joder. Que siento que me mima al rozarla, al rodearla con mis brazos. 
Pero es que tienes la cara más bonita del mundo. Me vuelve loca. Cuando me miras con ternura, cuando veo amor en tus ojos, cuando me veo reflejada. Esa carita tuya, mi niño.


Y entonces comprendí que había avanzado. Estaba dispuesta a hacer de todo. A deshilachar un hilo que a partir de ahora no me iba hacer falta y a trenzarme contigo.
Otra fuente de la que saciarme.





"A veces, hay que saltarse las reglas."

2 comentarios:

  1. Yo me pregunto (y es en serio) ¿hay reglas para estos asuntos?
    Bueno, puede que algún espíritu cientificista busque reglas, pero de esos hay que escapar.
    Un abrazo.
    HD

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  2. Llevas toda la razón compañero, de sentimientos no se puede hacer ciencia. Y si se intenta, hay que escapar.
    Y aún así, en la propia ciencia, Feyerabend ya sugirió que ni para eso realmente se aplicaba el método por mucho que se quisieran convencer de lo contrario.
    Las reglas están para saltarlas, si es que las hay.
    Un saludo!

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