miércoles, 3 de abril de 2013

Duele.

Rota. 

Ese hijo de puta las destrozaba. 
Atravesaba las viejas calles solitarias con rebeldía. ¿Y por qué no? Se mofaba. De cada intento de resistir, de cada aliento de vida, de cada esperanza.
Desgarraba cada edificio, cada persona que se cruzara en su camino. Quería derribar hasta el último ladrillo mal colocado. Quizás por algún imbécil distraído con una de esas mentiras fáciles.

Derrochaba justicia en sus jodidos ojos negros. Brillantes por la luz de alguna farola llena de recuerdos. Inundaba cada parque, cada plaza, cada pequeño rincón de la ciudad. E implantaba el caos.

Arañaba las fachadas, hasta clavarles bien las uñas. Se filtraba por los poros de la piel, por cada rendija de cada ventana mal cerrada, o forzada por el viento, se colaba en tu cabeza. Te destrozaba. Asía con fuerza cada pequeño objeto que pudiera servir de anclaje, considerándolo casi la única opción de salir vivo de ésta.

Pero no había remedio. Sabía bien lo que hacía. Ese hijo de puta iba a por todas. No era de dejar las cosas a medio hacer para retomarlas luego, porque ya sabía, que no existiría un "luego". 





Jugaba a "ahora o nunca" o a "todo o nada", retorcidos juegos en cada palo. Había poco que hacer. La ciudad era antigua y tenía bien poco a lo que aferrarse. No existía alternativa. Y el cielo estaba demasiado cerrado para arrojar algún tipo de luz. Comenzó la cuenta atrás...

Las viejas chimeneas silbaban; tres, dos... Ya ni siquiera había algún rastro vida. 

Y sin dar tiempo a terminarla, aquel hijo de puta eligió un "todo", y con una tenacidad y frialdad brutales, no dejó "nada"...

Sólo él recorría ahora las viejas calles de adoquines desgastados. Donde miles de suelas habían transportado la suciedad más antigua de extremo a extremo de la ciudad. Estaba solo, y además no quería a nadie. Se regocijaba así. En su oscura y puta soledad.
Las farolas; algunas, como mucho, hacían ademán de querer brillar, pero ni si quiera lo conseguían. La oscuridad más inquietante gobernaba ahora el suburbio. Los edificios eran ruinas algo personalizadas. Entre acera y acera, de vez en cuando, aparecían restos de la catástrofe. Quizás alguna foto antigua recordando buenos tiempos, que animaban a las hambrientas farolas a encenderse. Pero no tenían qué consumir. Quizás un desgastado mensaje con buenas noticias. Pero antiguas. Muy antiguas. Y muy falsas, también.

Ese hijo de puta la había liado bien. Estaba rota. No había nada más.

Dolía, y mucho.


2 comentarios:

  1. Eres jodidamente buena, es amor lo que siento por tu user...

    ResponderEliminar
  2. Me halaga muchísimo eso que dices. Te agradezco cada visita a mi blog. Eres genial y un gran escritor ;)

    ResponderEliminar