Nunca te hacía caso, nunca te miraba. No sé qué hacía con mi vida, pero me guiaba más por las incoherencias que mi cabeza dictaba.
Ahora blanco, y dentro de un rato probablemente sería negro, o azul. O una casa en la playa. O una fiesta de pijamas. O drogas caras.
E igual después ni coloreaba el día. Ni te miraba. Ni me drogaba.
Dejé de jugar con Pinocho cuando me empezaron a meter fuego de la nada. Cuando sentí el descontrol. Cuando vi que era una realidad más que un juego para ganar.
Y empecé a apostar fuerte y a meter all-in cuando foldeabas la mitad de lo que te entraba. Ahora era amarillo. Y poesía barata.
Y nubarrones por las noches en los días claros.
Dejamos de mirarnos a los ojos para mirarnos por dentro. Y empecé a recordar cada día que estuve esperando tus dulces cuentos.
Y tus caricias por las noches.
Y el olor a tabaco impregnado en mi bufanda gris, esa que solía oler a ti.
Y, para entonces, te perdí.
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario