jueves, 22 de agosto de 2013

No more.


"No será el miedo a la locura lo que nos obligue a bajar la bandera de la imaginación.”
Andre Bretón.



Me partí en dos. 
¿Qué digo? En más de mil pedazos. 
Línea a línea, me despertaba todos y cada uno de mis pobres sentimientos, me rompía mis esquemas. 
Me sorprendía. Cada vez más. Mi joven entusiasmo iba creciendo, mi ansia reprimida se iba acrecentando.

- Teníamos un trato. - Le recordé.

Traspasaba mi armadura, me quemaba por dentro. Ardía. La notaba incandescente por dentro. Quería explotar. Y yo lo sabía.


Era un mar de sensaciones inamovibles. Un puñado de jodidas dudas. 


Me inundaba por dentro, sentía cómo mi cerebro iba procesando cada una de las palabras, cómo me iba removiendo las entrañas, me iba desgarrando el estómago.
Se hacían un nudo mis cuerdas vocales. Mi corazón palpitaba desesperado.

Yo lo sabía. Todo. 
Pero quería dudarlo.

- Lo rompiste.


De repente, recibí semejante hostia... No podía moverme. No quería. Solo quería seguir y seguir. 
Haría cualquier cosa con tal de no parar. De que mis ojos siguieran devorando tal provocación. Sucumbí a la duda, a la provocación, me dejé llevar por ella.

Era la misma oda a la locura. Cualquiera podría serlo en realidad. 
Iba a explotar. Lo sentía.

- Sabes que soy débil. Estás por encima de cualquier obligación. Sabes que muchos te llaman locura.

Se desbordó. Vertía hilillos violetas hacia el exterior por cada una de mis cavidades. Estaba creciendo. No me creía capaz de impedir tal catarsis. De instaurar barreras al instinto. A lo natural. A mi educada parte animal.


Y tal y como el extraño Kafka dijo, me empezó a golpear. Una y otra vez se cernía sobre mí. Con un simple "te lo dije".

Me espetaba cada una de las palabras. Me las escupía en la cara. Sin cesar. Golpe tras golpe los fui recogiendo, los guardé.
Quise recordar toda aquella brutal paliza para la eternidad. Palabra a palabra. Porque sabía que tardaría demasiado tiempo en encontrar otra igual.
Pero mi memoria es limitada, y mis recuerdos, aún más. 

Pero no hay fin en aquel juego. Y cuando me descuido, me vuelven a atacar.

Me devoran por dentro. Y yo, ya, me dejo inundar.






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