viernes, 19 de julio de 2013

Hoy.

Acabo de llegar a casa. Siempre igual. Todo como siempre. Veo las 4:11 en el puto reloj del horno. No me lo creo, siempre la misma hora.
Confirmo con el microondas. Y sí, Cómo puede ser? Joder, las 4:11 am. Como siempre.

Tus recuerdos me comen, las paredes se me echan encima. Las dudas me asaltan y mi escudo se rompe. 
Como un niño ante los ojos de papá. Tan inseguro, tan inocente, tan niño...

Tiro el bolso en la cama y me tumbo atravesada. Ahora solo me consuela una cosa. 
A veces lo pierdo todo, pero siempre tengo las letras y me aferro a ellas como si dependiera algo de ellas. Necesito gastarlas, llegar al punto en el que tan exprimida me encuentre, que me quede exhausta dormida, con una máscara pintada en ese polvo que desprenden los sueños, bien colocada de nuevo y una sonrisa dibujada. De esas que calcan a la cara y se tatúan a mi rostro. 
Aunque no sirva de nada.

Me persigue tu sonrisa, tus ganas...Tus  putadas.
Tus putadas y las mías.
Mis jodidos errores y tus tristes sonrisas. 
Tus putas mentiras y mis malditas lágrimas.
Nuestra corta historia con eternos finales. 
Tus efímeras expectativas y mi impaciente constancia.




Siempre igual.

Una y otra vez... Las cuatro y once de la madrugada, otra vez más, otro día más...

Tus penas, tus mentiras mal contadas, tu llanto, mis despedidas. Mi rabia acumulada y tu desdichada sonrisa. Tu puta marihuana y mi enfermizo humo. A veces construías en el aire los castillos que ya habías derribado; y otras, jodías los que hubieras creado. Siempre igual.

Pero no quiero un puto cuento sin final de esos que ni sabes cómo van a terminar, quiero que acabe cuando tenga que acabar. Aunque acabe fatal. 
Pero sé que no era ahora. 

Yo lo sabía desde que el reloj informó de su monótona ciclotimia.
Vi el error apuntado en la cuenta. Pero no tenían ni cambio de cien, ni opción a compra. Y por supuesto, nada de devoluciones, me dijeron. 



Eso es lo que me jode.

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