Cuando noté el sabor rancio del chicle dando vueltas en mi boca. Con la lengua dormida y cara de huida.
Las luces de los semáforos me deslumbraban. Una muchacha sentada a mi lado no paraba de mirarme. Cómo si le importara lo que estuviera escribiendo en el móvil.
Tenía el culo dormido de estar sentada y la espalda partida en cinco trozos por los putos asientos de plástico duro.
La música estallaba en mis oídos. Y me protegía con la capucha de mi alrededor.
Llevaba cerca de una hora en el bus. Encontraba un nuevo compañero de viaje en cada parada.
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