miércoles, 8 de enero de 2014

one day.




La habitación olía a humanidad y marihuana. Había estado trabajando en el portátil todo el día metida en la cama. Estaba harta.

Salí un momento al baño y cuando volví el olor me golpeó en la cara.

Tenía la cama deshecha, quinientos mil cojines desordenados, miles de folios tirados y apestaba a horas de apalanque.

El cenicero de lata adquirido recientemente descansaba encima de uno de los cojines con la última colilla humeando a punto de apagarse. 
Y Big Cheese inundaba la estancia. Me encantaba esa canción.

Tenía un sabor amargo en la boca, el de aquel que no ha dejado la cosas terminadas como debiera. 
La amargura de la huída. De la distancia.
Pero no tenía tiempo para pensar en estas historias. Tenía mucho trabajo que hacer, poco tiempo y estaba bastante agobiada. Así que me forcé a realizar todo eso en lo que tenía puestos mis objetivos intentando dejar de lado lo que luego descubrí que eran necesidades.

Mi mente volaba de un lado a otro, entre pitillos y teclas de ordenador tenía pensamientos repetitivos, me asaltaban preguntas que sentía que necesitaba darles una respuesta y estaba lo menos parecido a concentrada que podía estar.

El penúltimo albúm de Kurt Cobain no paraba de reproducirse en mi portátil y yo no paraba de reproducir sus letras en mi cabeza. Joder. Cómo me gustaba.

Finalmente, desistí. Dejé a un lado lo que debía hacer para hacer lo que me dio la gana.
Y me sumergí en un viaje durante unas largas horas por la red. 
Me enganché a un libro, pero estaba escrito en fondo negro con diminutas letras blancas y me destrozaba la vista, por lo que dejé de leer a las treinta páginas aproximadamente. Eso me recordó que este blog también lleva ese diseño, por lo que quizás, al rato, comienza a hacerse tediosa su lectura. No lo sé. Tampoco me importa, en realidad.

Y estuve navegando por estos últimos días en los que solo había tenido tiempo para vivir y no me quedaron minutos sueltos para pensar. Intenté recordar todo lo que había hecho en este tiempo y descubrí, sin ninguna sorpresa la verdad, que tenía unas lagunas enormes y muchos recuerdos difusos a causa de mis últimos colocones. 

En parte, me gustó, porque había disfrutado como una perra estos días. Pero por otra parte, me hizo sentir culpable ya que contabilicé un total de casi tres semanas flotando por el mundo.

Había quemado más hierba estos días que en los dos meses anteriores juntos. Y había esnifado más coca que en toda mi vida.

Los días que me drogaba, solía levantarme jodida. Más de la cabeza que de otra cosa. Por que le tengo gran aprecio y a veces noto como millones de diminutos túneles me suben por la cara hasta mi cerebro. Esos días me doy asco. 
Pero también pienso otras movidas que paso de escribir, y se me pasa.

En fin. Como siempre y como hasta ahora.

En realidad, aunque no quede muy bien visto comentarlo, me encantaba el olor a marihuana en mi habitación. 
Abrir la puerta y embriagarme de ese olor dulzón, penetrante y relajante del interior. Cheese, blueberry, widow o alguna hidropónica cuidada. Siempre lo digo, ambientador de marihuana sería la polla. 

Pero también tiene sus contras. Incita bastante a su consumo, y en algunas épocas de mi vida, veáse en exámenes, no es muy oportuno ni beneficioso que esto ocurra. 

Por eso hoy, día 7 de enero (o por ahí) tras recapitular un poco, me he puesto el disfraz de persona seria que requiere estas fechas. Y la careta de persona formal, responsable y fuerte para afrontar los casi dos meses jodidamente intensos que vienen por delante sin bajones ni movidas.

El Máster y sus putos exámenes, los exámenes de mis dos carreras, el Experto y las prácticas, terminar los trabajos que tengo a medias y terminar la asistencia a clase que me está matando. 

Espero que me vaya, al menos, tan bien como estos meses del año pasado. Y además, espero que me sobre tiempo para entrenar que últimamente estoy muy dejada.

Me siento con fuerza y feliz, así que de paso, por si alguna persona perdida por estos lugares me lee, le deseo un buen comienzo de año.



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